
Autora: Ana Luisa Nerio Monroy
La definición tradicional o al menos la más difundida a partir de la Revolución Industrial y el capitalismo, sobre qué es el trabajo, nos dice que es una actividad que permite la reproducción de la vida en condiciones de bienestar a partir del intercambio de una labor (actividad, trabajo) por la que recibimos un pago o salario. El trabajo, para ser reconocido debe realizarse en el ámbito público (fuera del hogar) y debe ser remunerado económicamente.
El trabajo de cuidados y doméstico que realizan sobre todo las mujeres, queda invisibilizado porque no hay un pago o salario por su realización (a menos que se trate de una trabajadora del hogar o una cuidadora contratada). El sistema patriarcal en combinación con el capitalismo se ha encargado de hacer parecer que cuidar de una familia, alimentarla, hacer el aseo o cuidar de niñas y niños, de personas enfermas o de personas mayores, es algo que moral y naturalmente, toca a las mujeres. Que además no tendría por qué ser pagado pues se supone es un trabajo “de amor” (aunque de amor no se viva, no se pague la renta de la vivienda, las cuentas del mercado o el médico)1.
Sin el trabajo de cuidados es imposible imaginar la reproducción de la vida o la sobrevivencia de la especie humana. Ninguna sociedad podría subsistir sin que, en los primeros años de vida de una persona, alguien más se encargue de su alimentación, higiene, vestido, atención de la salud, seguridad personal entre otras necesidades.
Este cuidado, en el discurso público e imaginario cultural, se ha delegado a las familias. Pero cuando hablamos de familias, y en México esto es muy evidente, tendríamos que puntualizar que en realidad se trata de las mujeres. Es decir, opera en realidad el sistema sexo -género y la división sexual del trabajo.
El sistema sexo-género es una categoría feminista que nos ayuda a comprender que nacer mujer o nacer hombre, determina el papel que juegas en la sociedad y los trabajos que puedes realizar. La mujer está destinada para lo reproductivo (ser madre) y, por tanto, a las tareas ligadas a ello: cuidados y labores del hogar. Para los hombres está marcado el papel productivo y de proveedor que sale a la esfera pública a trabajar.
El sistema sexo-género está ligado a la división sexual del trabajo. Las mujeres realizan tareas que están acorde a su sexo tanto en lo público como en lo privado. En caso de trabajar fuera de casa se ubican en ocupaciones de baja remuneración, en el sector informal, ligadas a las tareas de cuidado y domésticas (maestras y enfermeras, por ejemplo), con menor reconocimiento social sólo por ser mujeres (por ejemplo, cocineras, pero no chefs).
¿Cómo impacta esto en la vida de las mujeres mayores? Al no reconocer el valor del trabajo de cuidados y doméstico las mujeres no tienen un ingreso propio. No tienen autonomía económica. Se supone viven del ingreso familiar, es decir, dependen del sueldo, salario o ingreso de su pareja o cónyuge, padre o en ocasiones hijos. Estas mujeres quedan excluidas de las prestaciones sociales, los sistemas de salud, las pensiones y la vivienda, por citar ejemplos, a menos que sean las beneficiarias de sus cónyuges. Una gran proporción de mujeres son beneficiarias y no titulares de derechos sociales y pensiones, asunto de gran relevancia para entender por qué se habla de pobreza y envejecimiento con rostro de mujer.
Debemos pensar además en la gran proporción de mujeres que se ubican dentro del mercado laboral, pero en trabajos precarizados, con bajos salarios, informales, de medio tiempo, o temporales. Esto no contribuye a generar antigüedad, no permite el ahorro y por supuesto no da acceso a prestaciones sociales y pensión. Así que tenemos a millones de mujeres en edad productiva que, al paso de los años, no tendrán los medios necesarios para tener una vejez digna y tranquila.
Sea cual sea el tipo de trabajo que una mujer desempeñe, la mayoría terminará realizando una doble jornada laboral. Regresará a casa a verificar si las hijas o hijos comieron bien e hicieron la tarea; a hacer un montón de actividades de organización y planeación para que el hogar siga funcionando. Y si movemos el escenario de un contexto urbano a uno rural, habrá que pensar en otras tantas tareas y condiciones de vida que pueden aumentar la carga de trabajo de las mujeres. A diferencia de los hombres que dedican en promedio 9 horas a la semana a tareas del hogar y cuidados, las mujeres dedican más de 40, además de su trabajo fuera de casa.
El trabajo del hogar y de cuidados no terminan al convertirnos en mujeres mayores; no otorgan vacaciones, pensión, retiro o jubilación. En muchos casos, sobre todo en el de las familias con ingresos medios a bajos, las mujeres mayores siguen realizando labores del hogar, un ejemplo común es el cuidado de nietos y nietas. En México y América Latina los mandatos sociales y culturales exigen a las mujeres seguir cuidando de las familias porque eso es lo que les toca, porque son mujeres, porque “naturalmente” saben cuidar, educar y criar. La realidad es que muchas de estas mujeres no tienen opción, no tienen las condiciones personales, sociales, económicas y culturales para hacer otra cosa, para decir no.
Si bien se sabe que hay redes de apoyo familiar y redes de apoyo entre mujeres, éstas existen en gran medida precisamente porque no se cuenta con mecanismos institucionales, con políticas públicas con perspectiva de género que permitan conciliar la vida laboral con la familiar. Se requiere de una visión social distinta de lo que es el trabajo de cuidados, para que entonces, las mujeres lleguen a su vejez con autonomía económica y con la libertad para elegir qué hacer con su tiempo.
En diciembre de 2020 generó gran revuelo una noticia que señalaba que en Nueva Zelanda una mujer mayor había solicitado a su hija un pago a cambio de cuidar a su nieto. La nota abrió una discusión que sin duda es necesario ampliar y profundizar. ¿Cuándo acaba la labor de cuidados? ¿Por qué es importante reconocer su importancia económica? ¿Por qué una mujer mayor no podría decidir no cuidar de sus nietos o nietas si eso es lo que desea? ¿Por qué se sanciona moralmente el derecho de las mujeres mayores a querer gozar de su tiempo y libertad?
Seguir vinculando la tarea de cuidados y las labores del hogar a lo que “naturalmente” les toca a las mujeres, seguir llamándolas “tareas de amor” o apelar a la moral de una “abuelita” que “debería” estar dispuesta a cuidar de sus nietos, es seguirle haciendo el juego al sistema capitalista y al patriarcado para no reconocer el valor de las actividades que realizan las mujeres, para seguir limitando su libertad y autonomía.
1 Véase: Abasolo, O. y Montero, J. (s/f). Trabajos: empleo, cuidados y división sexual del trabajo. En Guía didáctica de ciudadanía con perspectiva de género. Igualdad en la diversidad, Madrid, FUHEM Ecosocial, pp. 39-48

Ana Luisa Nerio Monroy. Mtra. en Relaciones Internacionales (UNAM). Integrante del Consejo Asesor del Comité de Derechos Humanos Ajusco A.C. Consultora en temas de derechos humanos y género.